Algunos padres y mi padre
Pocos personajes han logrado transmitir una nobleza tal como la de
Geppeto, estereotipo de la figura
paterna trabajadora dispuesta a padecer todo tipo de privaciones
en pos de la educación y de la felicidad de su hijo Pinocho. En la historia de Collodi, padre pareciera ser sinónimo de sacrificio, de entrega desmesurada y de humildad. Geppeto es un padre carpintero que talla con las propias manos un muñeco de madera que luego se convertirá en su hijo. Hasta en la gestación misma está implícito el trabajo, un trabajo
de artesano que podría asociarse a la
vieja idea bíblica de moldear a imagen y semejanza.
También existen padres horrorizados de sus hijos como por ejemplo el Dr. Victor Frankenstein
pergeñado por la ingeniosa Mary Shelley en 1831. Victor abandona a la criatura resultante de su experimento porque está hondamente conmocionado con lo que ha hecho, pero su hijo, su creación más aberrante, no se resigna a ese abandono y lo persigue incansablemente provocando muchos
daños en su vida. Al final de la
historia, Victor muere, situación que
produce en el monstruo una profunda
desolación. En la historia de Shelley si bien el padre es quien “fabrica” a su
hijo, tiene prioridad la idea lúdica y
experimental a la del trabajo mismo.
Existe un padre al que se la han
endilgado culpas y reproches, y éste ha
sido el padre de Franz Kafka. La
cuestión del vínculo paterno filial entre Kafka y su padre se ha convertido en un tema
no tan literario como universal. Mucho se
ha escrito sobre esta pésima relación, situación de la cual surgió La carta al padre en la que Kafka
reprocha la educación conservadora y estricta que ha recibido. El conflicto
está claramente reflejado también en otros relatos como EL juicio, El proceso y El Castillo.
La literatura mexicana tiene también
un padre muy conocido aunque ausente, se
llama Pedro Páramo. Su hijo, Juan
Preciado, nacido fuera del matrimonio, lo busca
incansablemente. Este padre pertenece a la obra cumbre de Juan Rulfo: Pedro Páramo. La novela se construye alrededor de la búsqueda de un
padre poderoso que dicta sus reglas e impone sus normas desde la ausencia.
Pedro Páramo es una novela paradigmática sobre este tema donde la ausencia paterna
tiene el tamaño del desierto mexicano y se plasma en la soledad de ese pequeño pueblo
fantasma llamado Comala.
Como estos padres literarios hay tantos otros, pero el azar o la mala memoria
quisieron que hoy rescatara sólo estos y
entre ellos también a mi padre.
El padre de mi infancia ahora en mi memoria parece un padre de ficción, quizás porque el
tiempo lo vuelve fantasía, lo hace etéreo
y frágil en el recuerdo. Mi padre de
entonces era un padre de despertador al
alba, de manos enjabonadas por nuestros cuerpos de niños. Un padre con el
propósito firme del veraneo en la playa,
amante del mar, que regaló a mi memoria esas vacaciones sin derroches, pero de una abundancia tácita de permisos, de paseos con helados y castillos
de arena. Padre de fruncidos ojos verdes, visibles tan sólo para quienes lo miramos de cerca. Mi
padre hoy es un padre arrollador, que no para de proyectar, que me contagia el
sabor de la adrenalina, impaciente e intuitivo, no demasiado previsor sino con una alta dosis de espontaneidad, un padre con la mano blanda que los hijos necesitamos.
Un padre que aun piensa que todo está por hacerse, que me enseñó las bondades de los cambios, que
apartando sus propios deseos me dio las
alas necesarias para llegar a este otro cielo, a mi cielo que es la literatura.