martes, 27 de septiembre de 2011

El oficinista

El oficinista



Guillermo Saccomano sorprende casi siempre, esta vez con una novela que tiene ecos kafkianos. Seguramente por el tema o por el abatimiento que encarna el personaje. Un típico oficinista que trabaja hasta altas horas de la noche sin parar sublimando en el trabajo los deseos frustrados de tener otro tipo de mujer a su lado, e incluso otros hijos porque los ve mimetizados con la madre y ahí el autor se juega mostrando el costado más ruin de un hombre común.
El oficinista es un workaholic en una torre de oficinas de una gran urbe que no se sabe exactamente cuál es pero que está sumergida en el caos del terrorismo, la miseria expuesta en las calles y la opacidad generalizada.
Un hecho fortuito hace que salga disparado hacia una relación amorosa con una compañera de trabajo de la cual se enamora y en la que pone todas sus propias expectativas de ser otro, de salvarse.
Un detalle anecdótico reiterado sobresale llamando la atención: a esa mujer le falta un premolar, y cuando se ríe, por vergüenza se tapa ligeramente la boca, un elemento que denota abandono, deterioro y hasta falta de autoestima, y que no es precisamente el perfil que intenta mostrar de esta secretaria.
Mas allá de eso que sacude un poco, es un relato fluido y deja ver permanentemente que todos podemos ser otros en ciertas circunstancias, sólo hay que estar inmersos en ellas, incluso la secretaria ejecutiva que viste tailleursy es profesora de inglés pero que al sonreir, el hueco del premolar ausente muestra un costado doméstico y primario que devuelve la imagen de otra persona.

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