jueves, 15 de septiembre de 2011

FILBA


Anoche volví de FILBA, un mega encuentro literario donde participaron más de 50 escritores de todo el mundo, con sede en distintos rincones de la adorable Buenos Aires. A diferencia de otros eventos anteriores quizás más formales, esta experiencia me dejó otro sabor, sabor a encuentro, o el sabor del encuentro como lo acuñó Fogwill en su brillante época de publicista.

Fue un encuentro cercano con los dueños de las páginas que leo, fue emocionante poder tener frente a mí a Gilbert Joao Noll por ejemplo, contando anécdotas que los estudiantes de letras trataban afanosamente de dejar asentadas en un cuaderno porque debían pensar que así valía la pena, que de esa manera leerían con otro enfoque “A cielo abierto” pero que muchos aprendimos a disfrutar desde otra perspectiva abandonándonos tan sólo a la percepción de los sentidos.

Tener la posibilidad de escuchar a Coetzee, por ejemplo, quién leyó un texto de ficción inédito o a Cees Nooteboom, que en un castellano rústico comentó “ El desvío a Santiago” fue una experiencia enriquecedora.

Son como héroes, son mis héroes, y estuvieron sentados ahí, en una mesita de madera en la Boutique del Libro de San Isidro, o en Eterna Cadencia de Palermo, y vinieron a este país tan lejano como seres comunes a contar cosas de sus vidas. Los veía vulnerables y me costaba creer que eran quienes habían pergeñado esas historias que me sacan tantas horas de sueño porque no pueden abandonarse.

Después de una de las charlas, con mi grupo de amigos nos animamos a invitar con un café a Pedro Mairal, obviamente porque nos pareció más abordable que el resto, aunque no menos genial y me confirmó personalmente la sospecha sobre la identidad de Miguel U, su seudónimo, y nos reímos y charlamos sobre libros y autores por más de una hora y me pareció un sueño poder contarle que compartía sus cuentos en mi taller y en este blog.

Lo último que escuché fue la voz de Santiago Nazarian leyendo el final del cuento Espinazo de pez en un castellano aportuguesado tan musical que lo creí un regalo de despedida:

“Ella tomó el pescado en las manos con una sonrisa en los labios. Era lindo. El origami. La sonrisa. Hacía a la feria hundirse en un océano y a la vida marina dominar. Ella lo llevó hasta la boca, hasta el lápiz labial, y lo besó. “Ay, qué gracioso, hasta tiene olor a pez”.1

Ni una nota, ni un solo apunte, sólo momentos y una larga lista de libros y autores que aumentan los ya pendientes. Éstos son los motivos por los que vale la pena no sólo poder vivir estas experiencias sino estar vivo, tal como lo gritó a cuatro vientos Héctor Alterio en Caballos Salvajes.

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